lunes, 24 de marzo de 2008

Puertas III

 
Otras veces, alguien las abre y trae consigo una maravilla que nos deslumbra toda la vida.  Viene con algo de lo divino, de magia y sol.
Como cuando nació mi primer hijo. Una niña pequeñita y delgada con la que entró a la habitación una enfermera rubia y regordeta empujando la cunita de metal. Adentro, el bollo de personita apenas nacida, boca abajo, dormida serena y plácidamente.
Rosada y sana olía a bebé, mientras emitía pequeños suspiritos luego de succionar al aire una teta invisible con la que muy bien se alimentaba, porque durmió más de tres horas sin reclamo.
Luego demandó hasta hoy en un permanente ir y venir de retribuciones que crecen con ella.
Agradezco el habernos reencontrado luego de tantas vidas, tantos otros caminos recorridos en igual actitud amorosa, de camaradería y lealtad infinita.

No hay comentarios: